lunes, 9 de septiembre de 2013

El tratado de protección de la capa de ozono ha tenido grandes beneficios

El tratado global que dio fin a la destrucción de la capa de ozono que protege al planeta también ha impedido que los patrones globales de precipitaciones sufrieran graves alteraciones, según las conclusiones a las que se ha llegado en una nueva investigación.

El Protocolo de Montreal de 1987 logró que las naciones del mundo descartasen seguir usando clorofluorocarbonos, o CFCs, una clase de sustancias químicas que destruyen el ozono en la estratosfera y que de este modo permiten que más radiación ultravioleta alcance la superficie de la Tierra. La retirada paulatina de los CFCs se cumplió de forma satisfactoria. Y, aunque el objetivo del tratado solo era revertir esas pérdidas de ozono, la nueva investigación demuestra que también protegió los patrones globales de lluvia.

El equipo de Richard Seager, del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty, adscrito a la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, Yutian Wu de la Universidad de Nueva York, y Lorenzo M. Polvani de la Universidad de Columbia, ha constatado que el tratado impidió que la pérdida de ozono a la que estaba abocado el mundo en un futuro cercano alterase de manera perjudicial la circulación atmosférica, y evitó que los CFCs, que además son gases de efecto invernadero, calentaran más aún la atmósfera y también contribuyeran así a destruir la circulación atmosférica normal. De haberse producido esos efectos nocivos, su acción combinada habría cambiado los patrones de precipitación más allá de cómo pueden haber cambiado hasta ahora debido al incremento de la concentración de dióxido de carbono en el aire.

En la época en que se preparaba el Protocolo de Montreal, no se sabía mucho sobre el potencial de calentamiento que tenían los CFCs, y el impacto que podría tener el agujero de la capa de ozono sobre el clima y sobre el ciclo hidrológico no era reconocido en absoluto.

Hoy, los crecientes niveles de dióxido de carbono ya están perturbando el ciclo hidrológico de la Tierra, tornando más áridas las regiones secas y descargando más precipitaciones sobre las húmedas. Sin embargo, usando modelos digitales para simular un mundo donde se hubieran seguido usando los CFCs, los investigadores encontraron que los cambios hidrológicos en la década que tenemos por delante, la del 2020 al 2029, habrían sido dos veces más severos de lo que se estima que serán a raíz de las condiciones actuales. Los desiertos subtropicales, por ejemplo en América del Norte y en la región del Mediterráneo, habrían sido aun más secos y más extensos, y las regiones húmedas de los trópicos y de las latitudes entre medias y altas habrían sido aún más húmedas.

La capa de ozono protege la vida en la Tierra absorbiendo la dañina radiación ultravioleta. Cuando la capa adelgaza, la atmósfera superior se vuelve más fría, causando un desplazamiento de los vientos en la estratosfera y en la troposfera bajo ella, reposicionando las corrientes a chorro y alterando las bandas geográficas por las que normalmente discurren los ciclones y los tifones. El nuevo modelo muestra que si la destrucción del ozono hubiera continuado de forma desenfrenada, y el aumento de la concentración de los CFCs hubiera continuado calentando el planeta, la corriente en chorro de las latitudes medias se habría desplazado hacia los polos, extendiendo aún más las zonas áridas y semiáridas subtropicales y desplazando las franjas lluviosas de las latitudes medias hacia los polos. El calentamiento debido al aumento de la concentración de los CFCs en la atmósfera también habría intensificado los ciclos de evaporación y precipitación, acentuando la sequedad de las zonas secas y las precipitaciones en las zonas húmedas.

El agujero más grande de la capa de ozono sobre la Antártida, mostrado en púrpura en la imagen, fue registrado en septiembre del 2006. Gracias al Protocolo de Montreal, la cantidad de sustancias químicas que destruyen el ozono alcanzó el máximo a finales de la década de 1990, y se espera que el agujero de ozono de la Antártida se recupere para el 2060. (Imagen: NASA)


El Protocolo de Montreal es considerado uno de los tratados medioambientales más exitosos de todos los tiempos. Una vez que los científicos identificaron a los CFCs como los culpables de la rápida pérdida de ozono sobre la Antártida, las autoridades gubernamentales de las naciones del planeta reaccionaron con rapidez. Casi 200 países han ratificado el tratado. Ahora se sabe que el agotamiento de la capa de ozono que hubieran causado los CFCs habría sido muchísimo peor de lo que se pudo vaticinar en la época del tratado. El costo que conllevó desarrollar sustancias menos dañinas con las que sustituir a los CFCs, también fue muchísimo menor de lo que estimaba la industria.

Como gas de efecto invernadero, los clorofluorocarbonos pueden ser miles de veces más potentes que el dióxido de carbono. En un estudio de 2007, el científico holandés Guus Velders calculó que de no haberse dejado de producir CFCs, en el año 2010 la masa de CFCs acumulada en la atmósfera habría generado un calentamiento equivalente al provocado por más de 220.000 millones de toneladas de dióxido de carbono. A modo de comparación, la humanidad generó 32.000 millones de toneladas de CO2 en 2011, y ya sabemos los estragos que las emisiones de CO2 de las últimas décadas están causando.

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