En una nueva investigación se han reconstruido los efectos que originó en
nuestro planeta la visita del objeto de once mil toneladas que entró en la
atmósfera terrestre y explotó a poco más de 23 kilómetros (14 millas) de altura
sobre la superficie de Chelyabinsk, Rusia, a las 7:20:26 p.m. PST, ó 10:20:26
p.m. EST, del 14 de febrero (3:20:26 UTC del 15 de febrero).
El físico
atmosférico Nick Gorkavyi, de la NASA, se perdió una magnífica oportunidad de
presenciar el evento del siglo, cuando el objeto cósmico explotó sobre su ciudad
natal de Chelyabinsk, Rusia. Sin embargo, desde la ciudad Estadounidense de
Greenbelt en Maryland, sede del Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA,
Gorkavyi y sus colegas de la NASA fueron testigos de un conjunto de fenómenos
nunca antes observados con tanto detalle, causados en la atmósfera por la
explosión.
Cuando el objeto llegado del espacio se zambulló en la
atmósfera de la Tierra a 18,6 kilómetros por segundo (unas 41.600 millas por
hora), la fricción con el aire fue brutal. La temperatura del proyectil cósmico
subió de forma espectacular, dándole el aspecto de una bola de fuego, o incluso
de un pedacito de Sol desgajado de éste. La explosión que se desencadenó a poco
más de 23 kilómetros por encima de Chelyabinsk liberó más de 30 veces la energía
de la bomba atómica que destruyó Hiroshima. Es mucho en términos humanos, pero,
en comparación, la caída del objeto cósmico que provocó la extinción de los
dinosaurios y otras especies medía cerca de 10 kilómetros (6 millas) de diámetro
medio y liberó alrededor de 1.000 millones de veces la energía de esa bomba
atómica.
Algunos de los fragmentos del objeto que sobrevivieron a la
explosión del bólido de Chelyabinsk impactaron contra el suelo. Sin embargo, la
explosión también depositó cientos de toneladas de polvo en la estratosfera, lo
que permitió a un satélite de la NASA hacer mediciones sin precedentes sobre
cómo el material formó un cinturón de polvo estratosférico, delgado pero bien
definido y persistente.
El equipo de Gorkavyi observó detalladamente la
formación del cinturón de polvo en la estratosfera de la Tierra y consiguió
hacer el primer seguimiento desde el espacio de la evolución a largo plazo del
penacho de un bólido.
Gorkavyi y sus colegas combinaron una serie de
mediciones satelitales con los modelos atmosféricos para simular como evolucionó
el penacho de la explosión del bólido a medida que la corriente en chorro
estratosférica lo arrastraba por el hemisferio norte.
Cerca de 3,5 horas después de la explosión, se detectó el penacho en la
atmósfera a una altitud de cerca de 40 kilómetros (25 millas), moviéndose con
rapidez hacia el este a más de 300 kilómetros por hora (unas 190 millas por
hora).
El día después de la explosión, se detectó que el penacho
continuaba desplazándose hacia el este y llegaba a las Islas Aleutianas. Las
partículas más grandes y pesadas comenzaron a perder altura y velocidad,
mientras que las más pequeñas y ligeras se quedaron en el aire y mantuvieron su
velocidad, en concordancia con las variaciones en la velocidad del viento a
diferentes altitudes.
Para el 19 de febrero, la parte más rápida y alta
del penacho inicial había dado una vuelta entera a todo el hemisferio norte y
regresado a Chelyabinsk. Pero la evolución del penacho continuó: Al menos tres
meses más tarde, un cinturón detectable de polvo del bólido persistía alrededor
de la Tierra.
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