El tratado global que dio fin a la destrucción de la capa de ozono que protege
al planeta también ha impedido que los patrones globales de precipitaciones
sufrieran graves alteraciones, según las conclusiones a las que se ha llegado en
una nueva investigación.
El Protocolo de Montreal de 1987 logró que las
naciones del mundo descartasen seguir usando clorofluorocarbonos, o CFCs, una
clase de sustancias químicas que destruyen el ozono en la estratosfera y que de
este modo permiten que más radiación ultravioleta alcance la superficie de la
Tierra. La retirada paulatina de los CFCs se cumplió de forma satisfactoria. Y,
aunque el objetivo del tratado solo era revertir esas pérdidas de ozono, la
nueva investigación demuestra que también protegió los patrones globales de
lluvia.
El equipo de Richard Seager, del Observatorio Terrestre
Lamont-Doherty, adscrito a la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva
York, Yutian Wu de la Universidad de Nueva York, y Lorenzo M. Polvani de la
Universidad de Columbia, ha constatado que el tratado impidió que la pérdida de
ozono a la que estaba abocado el mundo en un futuro cercano alterase de manera
perjudicial la circulación atmosférica, y evitó que los CFCs, que además son
gases de efecto invernadero, calentaran más aún la atmósfera y también
contribuyeran así a destruir la circulación atmosférica normal. De haberse
producido esos efectos nocivos, su acción combinada habría cambiado los patrones
de precipitación más allá de cómo pueden haber cambiado hasta ahora debido al
incremento de la concentración de dióxido de carbono en el aire.
En la
época en que se preparaba el Protocolo de Montreal, no se sabía mucho sobre el
potencial de calentamiento que tenían los CFCs, y el impacto que podría tener el
agujero de la capa de ozono sobre el clima y sobre el ciclo hidrológico no era
reconocido en absoluto.
Hoy, los crecientes niveles de dióxido de carbono
ya están perturbando el ciclo hidrológico de la Tierra, tornando más áridas las
regiones secas y descargando más precipitaciones sobre las húmedas. Sin embargo,
usando modelos digitales para simular un mundo donde se hubieran seguido usando
los CFCs, los investigadores encontraron que los cambios hidrológicos en la
década que tenemos por delante, la del 2020 al 2029, habrían sido dos veces más
severos de lo que se estima que serán a raíz de las condiciones actuales. Los
desiertos subtropicales, por ejemplo en América del Norte y en la región del
Mediterráneo, habrían sido aun más secos y más extensos, y las regiones húmedas
de los trópicos y de las latitudes entre medias y altas habrían sido aún más
húmedas.
La capa de ozono protege la vida en la Tierra absorbiendo la
dañina radiación ultravioleta. Cuando la capa adelgaza, la atmósfera superior se
vuelve más fría, causando un desplazamiento de los vientos en la estratosfera y
en la troposfera bajo ella, reposicionando las corrientes a chorro y alterando
las bandas geográficas por las que normalmente discurren los ciclones y los
tifones. El nuevo modelo muestra que si la destrucción del ozono hubiera
continuado de forma desenfrenada, y el aumento de la concentración de los CFCs
hubiera continuado calentando el planeta, la corriente en chorro de las
latitudes medias se habría desplazado hacia los polos, extendiendo aún más las
zonas áridas y semiáridas subtropicales y desplazando las franjas lluviosas de
las latitudes medias hacia los polos. El calentamiento debido al aumento de la
concentración de los CFCs en la atmósfera también habría intensificado los
ciclos de evaporación y precipitación, acentuando la sequedad de las zonas secas
y las precipitaciones en las zonas húmedas.
El Protocolo de Montreal es considerado uno de los tratados medioambientales más
exitosos de todos los tiempos. Una vez que los científicos identificaron a los
CFCs como los culpables de la rápida pérdida de ozono sobre la Antártida, las
autoridades gubernamentales de las naciones del planeta reaccionaron con
rapidez. Casi 200 países han ratificado el tratado. Ahora se sabe que el
agotamiento de la capa de ozono que hubieran causado los CFCs habría sido
muchísimo peor de lo que se pudo vaticinar en la época del tratado. El costo que
conllevó desarrollar sustancias menos dañinas con las que sustituir a los CFCs,
también fue muchísimo menor de lo que estimaba la industria.
Como gas de
efecto invernadero, los clorofluorocarbonos pueden ser miles de veces más
potentes que el dióxido de carbono. En un estudio de 2007, el científico
holandés Guus Velders calculó que de no haberse dejado de producir CFCs, en el
año 2010 la masa de CFCs acumulada en la atmósfera habría generado un
calentamiento equivalente al provocado por más de 220.000 millones de toneladas
de dióxido de carbono. A modo de comparación, la humanidad generó 32.000
millones de toneladas de CO2 en 2011, y ya sabemos los estragos que las
emisiones de CO2 de las últimas décadas están causando.
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