Las últimas observaciones hechas por la Voyager 1, el objeto de fabricación
humana más alejado de la Tierra, sugieren que la nave, a unas 17 horas-luz de la
Tierra, está claramente más cerca de llegar al espacio interestelar que tiempo
atrás.
La última región que la sonda espacial deberá atravesar antes de
dejar la heliosfera, y salir al medio interestelar, es descrita por los
científicos como una autopista magnética para partículas cargadas, debido a que
las líneas del campo magnético de nuestro Sol están conectadas con líneas del
campo magnético interestelar. Esta conexión permite que partículas cargadas de
menor energía originadas en el interior de nuestra heliosfera (la burbuja de
partículas cargadas que expele nuestro Sol a su alrededor) se aceleren, y
también posibilita el que partículas de mayor energía provenientes del exterior
entren dentro. Este conjunto de fenómenos representa de hecho a dos de las tres
señales de la entrada en el medio interestelar que los científicos necesitan ver
para confirmar que la nave ha llegado definitivamente al espacio interestelar.
La tercera señal, aún no captada, será un abrupto cambio en la dirección del
campo magnético, que indicaría la presencia del campo magnético
interestelar.
La frontera interestelar por la que vuela la Voyager 1 es
una región exótica para la ciencia, sin apenas paralelismos con las zonas del
espacio interplanetario exploradas desde el inicio de la Era Espacial. En esta
frontera se detectaron, por vez primera, los rayos cósmicos de baja energía,
originados en estrellas moribundas. Además, algunos de los cambios en el entorno
percibidos en los meses que la Voyager 1 lleva surcando esta frontera han sido
muy abruptos, manifestándose en cuestión de 24 horas. Por ejemplo, la nave se
encontró con una espectacular y rápida desaparición de partículas solares. La
incidencia de esas partículas en el entorno de la Voyager 1 disminuyó su
intensidad en más de 1.000 veces, "como si hubiera una colosal aspiradora", en
palabras de Stamatios Krimigis, principal investigador del instrumento de
partículas cargadas de baja energía, que trabaja en el Laboratorio de Física
Aplicada de la Universidad Johns Hopkins, en Laurel, Maryland, Estados Unidos.
"Nunca antes habíamos visto tal disminución, excepto cuando la Voyager 1 salió
de la enorme magnetosfera de Júpiter, hace 34 años".
La Voyager 1 despegó de
la Tierra en 1977. Su tecnología, que en aspectos tales como la computación,
puede considerarse obsoleta en términos de lo que hoy es común, destaca sin
embargo por su formidable longevidad. Después de tanto tiempo de servicio, esta
reliquia de la ingeniería de los años 70 sigue protagonizando una de las
aventuras científicas más importantes de la historia de la humanidad. De hecho,
su misión futura abarca contingencias tales como el encuentro, dentro de muchos
miles de años, con una civilización extraterrestre. La nave está preparada para
servir de embajador cósmico de nuestro planeta si se da el caso y, a tal fin,
lleva información sobre la especie humana y la Tierra, a modo de mensaje de paz.
La información fue preparada lo mejor posible para que perdure por un tiempo
larguísimo y para que pueda ser descifrada por inteligencias
extrahumanas.
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